La llegada a
Viena ayer por la tarde fue literalmente tormentosa. Rayos y truenos nos hicieron dar vueltas hasta poder aterrizar. La acogida, ¡tan
entrañable!, que se nos olvidó enseguida. Cenamos tarde (aquí
la cena es alas 19,00 h.), a eso de las nueve nos encontramos 6
húngaros, 2 de Rumanía, 1 de Italia, 6 austriacos y 10 españoles. Casi todos
tienen un cierto dominio del castellano y, para las dudas, el inglés. Pero
tienen un manifiesto interés por la lengua de Cervantes, lo cual de deja de ser
ventajoso.
Los nativos nos sitúan en la vida práctica: un abono mensual de bus-metro-tranvía
y algunos trenes de cercanías muy cercanas por 45 euros; y un abono anual para
7 importantes museos de Viena por 29 euros. Teniendo en cuenta que el primero
se usa unas 4 veces al día (8 €) por 20 días…, y que la entrada en cada uno de
esos museos son 15 €…, se ahorra bastante. Y si encima sabes donde hacerte
con ellos (no cualquier sitio), es muy de agradecer.
Con estas
premisas, a las 10 h. estábamos en la calle, cada cual dispuesto a patear
Viena según preferencias. Personalmente pienso hacerlo durante unos días, antes de ir con calma a
los sitios. De entrada, a la zona de la Catedral, en el que será mi inseparable bus: el 40A, a la puerta de
Studentenhauss Birkbrunn, el lugar donde vivo (el Belagua de Viena, para
entendernos, aunque un poco más pequeño; y de precio similar). Andando desde la
última parada, junto una boca del metro vienés, bastante bueno, aunque no tanto
como Madrid y Bilbao.
Impactante. Fachadas en plena reconstrucción. Un paseo rápido alrededor, esquivando los
innumerables vendedores de entradas para conciertos de ese día, con casacas de
la época (y mucho mérito, pues hacía mucho calor) y bastante dominio de las
lenguas más frecuentes. Otro paseo por el interior, para comprobar que hay que
volver. Tan solo unos minutos ante una imagen de la Virgen: María Pötsch, que
tiene resonancias entrañables para el que suscribe. Pero eso queda para otro
día.
A la salida,
paseo por la zona de la derecha. Y apenas comenzar, la vista se para frente a una inmensa tienda de ZARA, de varios pisos. Más céntrica no puede
estar. De ahí parte una calle donde está el Monumento a la Santísima Trinidad
(también llamado “Columna de la Peste”). Un vistazo rápido y a seguir caminando hasta St. Peter Kirche, donde solo cabía entrar para
echar un vistazo, pues estaban celebrando la Misa
Siguió la
caminata hacia St. Michael Kirche y los Palacios Imperiales (en la misma
plaza). Al salir de la Iglesia, concierto: una banda de música, uniformada ad hoc,
salía por la puerta de los jardines de los palacios. Se quedó en la plaza, se
arremolinó la gente y, tras una pausa… ¡la “Marcha Radetzky”! Con palmas y todo
por parte de los entusiasmados y polifacéticos turistas, cuya imaginación parecía
situarlos en el final del Concierto de Año Nuevo, eso sí, con bermudas y en
plena calle, a unos 33 grados. No sonaba igual que el video, pero fue un buen recibimiento en Viena de la mano de Josef Strauss.
Aplausos al terminar, paseo rápido por los jardines y una mirada a los edificios que llaman a gritos a volver con calma. Al fondo, las torres del Ayuntamiento nuevo, la Catedral y la Iglesia Votiva. Y otros edificios no reconocibles por el momento.
Vuelta andando a
la parada del bus. Una heladería italiana llamó la atención de nuestro
acompañante napolitano. Tuvimos que entrar, por templar la morriña. Todos los
nombres de los helados en alemán. Al final, uno comprensible: “Málaga”. Por
motivos personales, familiares y amistosos, opté por este. Gran acierto. Los demás hicieron experimentos lingüísticos, con desigual fortuna.
Y vuelta a casa.
Para ser el primer día, nadie se perdió.
Mañana sigo. Un abrazo grande.
No hay comentarios:
Publicar un comentario