jueves, 12 de julio de 2012

Conciertos de Viena (6): un “Requiem” de Mozart inesperado

Wien –Vienne, 12 de julio de 2012

Amanece algo nublado y presagia un día poco caluroso y con buena luz. Egipto y Grecia esperan en el KN Museum. Esta vez con audioguía, porque de jeroglíficos no tengo ni idea. Aunque visualmente cada vez los entiendo mejor. A las 12,30 h. abandonaba el Museo camino a casa, porque hoy es el cumpleaños de uno de los húngaros y vamos a comer en el jardín. Lo cual supone hacerse con la logística a tiempo y que lo encuentre todo preparado a las 13,30 que es la hora -tardísimo en Austria- a la que vamos a comer.
Realmente, el British Museum tiene una magnífica colección de arte egipcio, pero la que he visto hoy no queda nada mal a su lado. La audioguía calentaba las orejas a tope. Interesante. Presentó con simpatía a este matrimonio, amigos de un Faraón cuyo nombre ya no recuerdo. También una muestra de las joyas de la época, que bien parecen de ahora.
Intentar describir lo indescriptible es tarea inútil: tendréis que venir a Viena. Los sarcófagos, un mundo de simbología sin fin. En todos ellos, la diosa de occidente -donde se pone el sol-, que acoge en sus brazos el ocaso de la vida de los mortales. Todo un mundo el del culto funerario en Egipto.

La otra mitad del tiempo se le llevó Grecia: esculturas espectaculares en su perfección, en mármol, bronce y alabastro. Y un muestrario de ánforas muy amplio en las que no se repetía ni un solo dibujo. Saturado de belleza, os dejo con el busto de un buen amigo: Aristóteles. También está por la sala el de otro antiguo habitante de Viena del que ya henos hablado: el emperador Marco Aurelio, que murió en esta ciudad, junto a otros de emperadores y personajes de la época, en un claroscuro muy conseguido con la iluminación. Finalmente, la llamada “Gemma de Augustea”. Sin comentarios, para no estropear vuestra percepción personal de semejante joya.

Y llegó la celebración. Comienzo húngaro, como no podía ser menos. Y eso significa “Páltenike”, que los de esa tierra toman para coger fuerzas. Es un dedal grande de un licor húngaro que sirve para entrar en calor, pues se toma de una sola vez. Interesante. Supongo que hacerlo dos veces seguidas puede ocasionar inicios de “desajustes” y a la tercera, dolor de cabeza. Dicen los nativos que el abuso provoca llanto incontrolado. No compensa. La tradición está muy medida. Su abuso pasa factura.
Pero lo mejor fue el postre. Nada en sí mismo desconocido: un riquísimo helado de pistacho-vainilla-chocolate-turrón-ron-con-pasas (lo pongo así porque en alemán existe la posibilidad de construir palabras juntando varias, bien en una palabra nueva o bien uniéndolas con guiones que hacen del resultado un todo inseparable. Pero estamos en Viena. El “envoltorio” del helado, de riquísimo hojaldre, fino y sabroso, tenía un diámetro de unos 60 centímetros. A modo de semiesfera, en el centro tenía un busto de Mozart, perfectamente comestible y perfectamente reconocible, a todo color. Mientras le hacía la foto que adjunto, comenzó a sonar el “Requiem” de Mozart, dirigido por Herbert von Karajan. No era improvisado, sino meticulosamente programado en nota que acompañaba al helado: “al sacar el helado, poner el nº 3 del CD”. Como es lógico, el carro del helado tenía un reproductor de CD dispuesto a cumplir su misión.
Delicioso. El helado y la música. Quien no haya oído el Requiem o haga demasiado tiempo que lo hizo, le puede parecer un poco “tétrico”. Se olvidan, unos y otros, que es el “Requiem” más alegre de cuanto existen (o, al menos, de cuantos conozco). Y puedo garantizar que es una experiencia reconfortante. Seguro que facilitó la digestión. Me parece que voy a proponer algo así cuando vuelva a Pamplona. Poco a poco: al menos, en las grandes fiestas. Y si no tengo éxito en mi propia casa, seguramente acabe proponiendo a “Comedores” una comida vienesa un fin de semana al mes, A ver qué sale.
Se me olvidaba: el nº 3 del CD era el “Dies irae”, y duró todo el postre. Os dejo el fragmento, por si queréis disfrutarlo. Me vino al recuerdo lo que escribí hace años a propósito del “teste David cum Sibilla”. Pero eso también es otro tema. Hasta otra.

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