Amanece
algo nublado y presagia un día poco caluroso y con buena luz. Egipto y Grecia
esperan en el KN Museum. Esta vez con audioguía, porque de jeroglíficos no
tengo ni idea. Aunque visualmente cada vez los entiendo mejor. A las 12,30 h.
abandonaba el Museo camino a casa, porque hoy es el cumpleaños de uno de los
húngaros y vamos a comer en el jardín. Lo cual supone hacerse con la
logística a tiempo y que lo encuentre todo preparado a las 13,30 que es la hora
-tardísimo en Austria- a la que vamos a comer.
Realmente,
el British Museum tiene una magnífica colección de arte egipcio, pero la que he
visto hoy no queda nada mal a su lado. La audioguía calentaba las orejas a
tope. Interesante. Presentó con simpatía a este matrimonio, amigos de un Faraón cuyo nombre ya no recuerdo. También una muestra de las joyas de la época, que bien parecen de ahora.
Intentar describir lo indescriptible es tarea inútil: tendréis que venir a Viena. Los sarcófagos, un mundo de simbología sin fin. En todos ellos, la diosa de occidente -donde se pone el sol-, que acoge en sus brazos el ocaso de la vida de los mortales. Todo un mundo el del culto funerario en Egipto.
Intentar describir lo indescriptible es tarea inútil: tendréis que venir a Viena. Los sarcófagos, un mundo de simbología sin fin. En todos ellos, la diosa de occidente -donde se pone el sol-, que acoge en sus brazos el ocaso de la vida de los mortales. Todo un mundo el del culto funerario en Egipto.
Y llegó la celebración. Comienzo
húngaro, como no podía ser menos. Y eso significa “Páltenike”, que los de esa
tierra toman para coger fuerzas. Es un dedal grande de un licor húngaro que
sirve para entrar en calor, pues se toma de una sola vez. Interesante. Supongo
que hacerlo dos veces seguidas puede ocasionar inicios de “desajustes” y a la
tercera, dolor de cabeza. Dicen los nativos que el abuso provoca llanto incontrolado.
No compensa. La tradición está muy medida. Su abuso pasa factura.
Pero
lo mejor fue el postre. Nada en sí mismo desconocido: un riquísimo helado de
pistacho-vainilla-chocolate-turrón-ron-con-pasas (lo pongo así porque en alemán
existe la posibilidad de construir palabras juntando varias, bien en una
palabra nueva o bien uniéndolas con guiones que hacen del resultado un todo
inseparable. Pero estamos en Viena. El “envoltorio” del helado, de riquísimo
hojaldre, fino y sabroso, tenía un diámetro de unos 60 centímetros. A modo de
semiesfera, en el centro tenía un busto de Mozart, perfectamente comestible y
perfectamente reconocible, a todo color. Mientras le hacía la foto que adjunto,
comenzó a sonar el “Requiem” de Mozart, dirigido por Herbert von Karajan. No
era improvisado, sino meticulosamente programado en nota que acompañaba al
helado: “al sacar el helado, poner el nº 3 del CD”. Como es lógico, el carro
del helado tenía un reproductor de CD dispuesto a cumplir su misión.
Delicioso.
El helado y la música. Quien no haya oído el Requiem o haga demasiado tiempo
que lo hizo, le puede parecer un poco “tétrico”. Se olvidan, unos y otros, que
es el “Requiem” más alegre de cuanto existen (o, al menos, de cuantos conozco).
Y puedo garantizar que es una experiencia reconfortante. Seguro que facilitó la
digestión. Me parece que voy a proponer algo así cuando vuelva a Pamplona. Poco
a poco: al menos, en las grandes fiestas. Y si no tengo éxito en mi propia
casa, seguramente acabe proponiendo a “Comedores” una comida vienesa un fin de
semana al mes, A ver qué sale.
Se me olvidaba: el nº 3 del CD era el “Dies
irae”, y duró todo el postre. Os dejo el fragmento, por si queréis disfrutarlo.
Me vino al recuerdo lo que escribí hace años a propósito del “teste David cum
Sibilla”. Pero eso también es otro tema. Hasta otra.
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